Conectar muy dentro con tu cliente aunque seas vasco.



​​Hay algo muy curioso que une a Napoleón, Freud, un dibujante de tiras de cómic estadounidenses, ETA y el 11S.

Todos ellos están implicados en un fenómeno que llamo acupuntura humana.

Todos pudieron (o sirvieron para) tocar ese punto, 

sólo ese punto, 

que hizo desaparecer el resto de dolor y de distancia entre dos humanos.

​​Sus vidas ya nunca fueron iguales, y hubo final feliz.




Charlando con un amigo mío y con Bea, su novia, esta chica me contó algo que me pareció muy, muy bonito.

Lo que quería a mi amigo no. Eso no era.

Era algo más familiar, 

algo que le sucedió a su padre cuando vino a Alicante en los 80.




Situémonos.

Como somos máquinas de olvidar, a algunos se nos había olvidado que hace no tanto, si eras vasco, vivías bajo sospecha.

La gente no ponía la mano en el fuego por ti. 

La televisión nos hablaba de un sector, el terrorista, y nosotros tomábamos la parte por el todo. 

(esto me recuerda a algo que nos cuentan hoy, pero lo dejo para otro día)

El caso es que si eras vasco, pues oye igual eras etarra. 

Era un poco como llevar velo en un aeropuerto de Estados Unidos, a la gente se le encogía el perineo con la idea, ya sabes.




El padre de Bea era vasco, y vino a Alicante a trabajar en un puesto estratégico que no importa mucho. 

Lo que importa es que era estratégico.

En la entrevista de trabajo, pues ya sabemos que por ser vasco su entrevistador no iba a abrazarle, porque la tendencia era pensar algo del tipo:

“A ver si cualquier día te cabreas, le pegas algo al coche y no llego a la cena, me la arman en casa y acabo compartiendo chistes con Carrero Blanco”

Son riesgos que la gente no tomaba.




Pero lo que me pareció bonito es esto:

El entrevistador, le preguntó al padre de Bea quién era su héroe a nivel de estrategia.

Y cuando dijo que era Napoleón, pues a ese entrevistador se le pusieron los ojos como platos. También era su favorito.

Daba igual si era vasco, porque le gustaba Napoleón. Era su igual.

Una persona que es su igual no haría cosas que el no hiciera. 

Compartimos sensibilidad. Compartimos visión del mundo.

Contratado.

Una pregunta que acabó cambiando la vida de Bea.




Voy a contarte más de esto, pero antes una cosa muy importante:

Esta historia, de aislada no tiene nada. 

No hay nada más habitual que estas cosas, si uno juega sus cartas, claro.




Scott Adams, el dibujante de tiras de cómic más famoso de EEUU, contaba en un libro suyo otra cosa:

Su protagonista, Dilbert, era un ingeniero friki en una oficina.

El humor era de oficina. 

El personaje era un estereotipo.

Pues ese personaje jamás se habría hecho famoso si, tras muchos rechazos, una editora no se hubiera partido de la risa con el cómic.

Resulta que le recordaba a su marido, era su viva imagen, y le prometió a Adams que lo iba a poner en los periódicos.




Todo tiene el potencial de recordarnos a algo.

A ese algo nos podemos agarrar, para acortar distancias.

Ese algo es familiar, es conocido.

A lo mejor tu nicho levanta tantas sospechas como el mundo islámico en los aeropuertos, 

pero a ti no te juzga un ordenador ni una estadística, 

te juzga una persona. 

Y si ve algo en ti, consigues romper la barrera.

Consigues colarte en esa grieta que se abre a través de un muro creado por desconfianza, pasado y televisión

…y así volver a conectar con lo que amas a través de alguien:

Sea Napoleón, sea un novio vasco, sea tu marido el ingeniero friki.

Da igual. 

Pero si no das hilos de los que tirar, nunca sabrás cuánto puedes lograr en el futuro. 

Por si acaso, en el presente empezamos aquí.

Mucho más, aquí

PD: Por si no eres una máquina de olvidar y te falta Sigmund Freud en el mail, te diré que mi amigo, el novio de Bea, se llama Iñigo y también es vasco 😉 Pero no sé si le recordará a alguien…