Mi generación no sabe regatear.
Eso es así.
Te puede gustar pensar lo contrario, pero ya somos europeos acomodados, euro arriba euro abajo.
Eso está fuera de nuestra realidad.
Luego vamos a Asia a comprar camisetas o cogemos un taxi en México (mejor agarrarlo para no hacernos daño, como dice mi amigo Erick) y nos reencontramos con la cruda realidad.
Mi abuela nació en la posguerra, entonces puede tener otros problemas (cambiando una “b” con una “v”, casi como el resto) pero desde luego que regatear no es uno.
Cuando compra en los jipis, yo tengo que mirar a otro lado porque me descojono yo y se descojona el jipi:
“Nene, ¿esto a cómo es?”
“10 € Señora”
“¿CÓMO 10€? Anda y anda, toma 4€”
Y no le suben mucho más.
Yo cuando lo sacaba por 8€ me pensaba que era el Lobo de Wall Street.
Aquí está la lección:
Cuando murió mi abuelo, mi abuela no quería salir mucho. Como se había dedicado a cuidarlo, ahora no se veía haciendo otra cosa.
–“Olga vente con nosotras al bingo todas las tardes”– le decían sus primas.
(A 0,20€ el cartón…)
–“Ni loca”–era la respuesta.
–“Bueno, pues al menos a desayunar al Mercado mañana sí vendrás ¿no?”
– “Eso bueno”.
Dos meses después estaba en un autobús a Benidorm y era una fija del Bingo.
Esto lo estudió Cialdini en su libro Influencia.
A mi abuela, cazadora, la cazaron.
Y tú, ¿cómo harías a tu cliente venir a “desayunar” contigo?
¿Cómo “lo montarías en un Bus a Benidorm”?
Lo vemos ahí abajo.
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Pablo.