Si alguna vez has tenido que lidiar con un cliente durante una venta (que a él le comprometía bastante) esta anécdota que te cuento igual te dice algo. A lo mejor te ahorra tiempo un día, no lo sé. Pero ojo, que no es una lección. No es infalible, no es una ley. No es. Te cuento. Unos chicos estaban intentando armar un equipo de fútbol sala para una liga de viejas glorias del instituto. Estaban buscando gente, y trataban de meterles en un grupo para venderles el equipo. Querían (lógicamente) gente comprometida. Jon, el chico que lo llevaba, me dijo que habían dos tipos que decían que iban a venir seguro. Que les apetecía. Tipo 1 y tipo 2. Me contaba Jon que Tipo 1 no le había preguntado nada. Nada de nada. Que dijo que sí, que sin problemas. Luego me contaba que Tipo 2 no paraba de preguntarle. Que iba enganchando temas. Que si cuánto dinero, Que si cuándo los partidos, Que si ellos eran buenos o más malos que la página de servicios de un bufete de abogados. Él preguntaba, Jon respondía. Vale. Al final, ¿quién se ha inscrito de los dos? … Respuesta: ninguno. Esto tampoco es una sorpresa. Quizá tipo 1, el chico silencioso, no sea muy conocido en los departamentos de atención al cliente porque ni compra ni descuelga el teléfono. Pero tipo 2, el de las preguntas, no sorprende a nadie. Tengo un servicio y no va a ayudarte a hacer todo el mundo que dice que quiere comprar (pero no es cierto) te compre. Tampoco a los que ni lo dicen ni lo piensan. Pero a quien sí lo contempla de verdad, pues a ese si que vamos a cogerle ese deseo con mucho cuidado y ayudarle a que lo cumpla. (contigo) Hay algo más aquí |
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