Si sabes cómo mirarlo, en este email se esconde un poderoso contraejemplo de negociación, y por extensión, de ventas. Te sitúo. Con Chris, mi ex-compañero de piso, las cosas eran muy fáciles por algo muy sencillo. Él era un alemán consciente de que yo era bastante español, y yo un español consciente de que él era bastante alemán. Hasta ahí todo bastante consciente. Cuando nos cruzábamos al final del día, él me preguntaba si me había sentado bien la siesta con una sonrisa sarcástica, y yo le preguntaba si absolutamente todo durante su día había ido según él lo había previsto, o había que sacar el desfibrilador. Un día su necesidad de control casi le juega una mala pasada. Tras mucho tiempo taladrándonos los tímpanos con Anna (una chica alemana de su doctorado que le gustaba) casi le obligamos los del piso a que la invitara a tomar algo. Por fin, se espabiló y lo hizo. (nos cegaba la emoción: “¿Cómo será un culebrón alemán? Esta gente no tiene telenovelas”) El caso es que la chica dijo que sí. Primera cita. El viernes, a comer, primera cita. Viernes. El miércoles antes de su cita, le dije a Chris que justo en una semana empezaba un festival en la ciudad. –“Ah, perfecto, voy a escribirle a Anna a ver si le apetece”–me dijo. –¿Qué?¿Que vas a hacer QUÉ? Bien, Menos mal que dejó el móvil tranquilo, porque Anna era muy alta, muy guapa, muy rubia y muy lista. No sé cómo es tu cliente. Pero aunque sea bajo, feo, con el pelo verde o piense que Melendi aporta algo a la música, va a necesitar que entres en su cabeza. O igual no lo va a necesitar y porque todo va absolutamente como lo habías previsto. Mucho más, aquí |
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