Motivaciones con opciones.



Una amiga a la que le pidieron una carta de motivación para poder acceder a un máster se vio en la misma situación que muchos empresarios tienen hoy cuando venden sus productos en el mercado.

Mi amiga tenía los mismos estudios que los otros 500 que iban a escribir la carta.

Tenía la misma experiencia.

Los mismos dos ojos y las mismas dos orejas.

Todo lo mismo.




La carta valía 2 puntos.

El expediente, 4. Otra cosa que se me ha olvidado, 4 también.

La carta 2.

2 sobre 10, si el café me ha hecho efecto.




–Oye, he escrito una carta de motivación, ¿te la paso y me la miras? Es que no sé si puedes ayudarme.

–¿Una persona tiene que hacer algo cuando lea tu carta?

–Sí. Puntuar la motivación de 0 a 2.




Tras presentarse, mi amiga se iba a meter en zona pantanosa:


“Estoy muy motivada por…”


No.

No me lo digas.

No.

No me digas eso.

Si me lo dices, es que no me sirve.




La abogada que lea esa carta, va a morirse del aburrimiento leyendo otros cientos de cartas de gente contándole lo mismo de la misma manera.

De gente buena, sí, pero que miente porque tiene miedo.

Que no cuenta lo importante porque tiene miedo.

Que lo rellena todo con frases hechas que no dicen nada porque tiene miedo.




Si esa abogada (entre toda la paja de buenismo y diplomacia) consigue sentir algo real, si consigue que algo se meta en su cabeza, pues por muy super-abogada que sea es más difícil que no la quiera dentro.

Es más difícil que no la compre.

Porque estadísticamente, es también muy difícil que no tenga corazón.

(Dicen que el 99% tiene, el 1% son psicópatas, dicen)




Mi amiga tenía la misma carrera que los demás que piden el máster.

Tenía experiencias parecidas.

Tenía dos ojos, una nariz y dos orejas, como los demás.

Pero, ¿qué no tenían los demás?

Su historia.

Su momento.

Ese segundo en el tiempo.

Ese, es sólo suyo.

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