Ayer subí a Madrid a ver a unos amigos. Uno de estos amigos, Luis, queda una vez a la semana para charlar con gente de ventas y allí estuvimos un rato largo… Contando historias, nos contó una que me pareció curiosa. Su tío por lo visto tiene una finca y vende vacas: Va un tipo a su finca. Le enseña las vacas. Y se las vende. ¿Esto es normal? Sí, pero el caso es que vendía muchísimas y muy fácil. No sé si lo haría contándoles a sus visitantes que tiene un equipo multidisciplinar de profesionales que cubren todos los aspectos de la venta de una vaca, llave en mano. La verdad es que no lo sé. Pero un día Luis le preguntó a su tío que narices hacía para vender tantas vacas y pasarse las tardes en el bar tocándoselos. “Los hago entrar por la parte de abajo”–le dijo su tío. El caso es que su tío tiene una finca grande y preciosa, y desde arriba se pueden ver sus pastos con las vacas comiendo a lo lejos. Qué bonito. Es una imagen preciosa que debería mostrar “poderío” delante del cliente, ya sabes, como Mufasa: “Todo esto es mío”. Pero el tío de Luis no hacía eso, porque se dio cuenta de que no funcionaba muy bien. El tío de Luis sabía que si quieres comprar una vaca quieres que los ejemplares estén hermosos. Que sean imponentes. Y con las vacas pasaba una cosa: Que si las mirabas desde arriba de la colina parecían muy pequeñas. …pero si las mirabas desde abajo, parecían enormes. Las mismas vacas. No las puso a hacer un master, ni les cambió el color, ni les puso un bono del 10% de descuento. Las mismas vacas. (sé que esto último está claro pero créeme que no está tan claro) Pues eso: Hay algo más aquí. |
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