Una amiga que tiene una escuela de idiomas me escribió ayer.
El caso es que una cliente le reclamó una cosa.
Le reclamó una cosa de ju-n-io.
¿Estamos casi a final de ju-l-io?
Estamos.
Pero las cosas que nos pegan muy dentro funcionan así.
(Ya sabes lo que dicen, tu novia no se acuerda de lo que ha desayunado esta mañana, pero sabe perfectamente cómo iba vestida la tía a la que te pilló mirando en 2011…)
Pero bueno no me lío.
El caso:
Le reclamaba que como su hijo fue a la escuela de verano dos semanas y no podía ir a la academia, que ella no debería cobrarle el mes entero.
“Creo que es algo justo”
Mi amiga empezó a darme un montón de explicaciones de porqué eso sí era justo, y le dije que hacer eso era un error.
Que era ir a juicio.
Y uno en su empresa no va a juicio.
Uno tiene unas reglas con las que sabe que da un buen servicio y si el cliente piensa que no son buenas para él entonces que valore sus opciones.
Pero mi amiga bajó a juicio:
– Que si justo a esa familia les he dado descuento por ser dos hermanos.
– Que si yo trabajo en días festivos de la escuela.
– Que si matrícula 0€.
Lo que sea.
Mi primera reacción fue “a esa gente hay que tirarlos” porque me comentó que no era la primera vez.
Pero luego se me apareció Rajoy:
“¿Es que nadie va a pensar en esa niña?”
Y dije vale Mariano, tienes razón.
Los niños no tienen culpa.
Mi amiga tiene mucha capacidad de mando, le resulta natural.
Pero claro, cuando tienes muchos clientes y no hablas mucho con ellos siempre hay un porcentaje que te pone a prueba.
¿Lo gracioso?
Que tiene 40 personas en lista de espera porque la velocidad a la que aprenden los niños con ella no es la normal.
(Incluidos los niños de esta mamá, que sabe contar clases pero no resultados)
Cuando tienes eso, no puedes ir a juicio.
“¿A ti te pasa?”–me preguntó.
Le dije que no.
Pero no porque yo sea especial, sino porque entiendo que una parte esencial de un trabajo es algo muy tonto que sé que debo hacer.