Frédéric Beigbeder decía aquello de: “Sólo nos enamoramos de los defectos” Esto suena muy bonito, sí. Pero es una verdad a medias. Don José Luis era un tipo calvo y con voz potente que nos daba clase de física y química en el instituto. Le llamábamos el “Homer”. (Homero, si lees desde Latinoamérica) El Homer era un tipo muy inteligente que nos dijo el primer día que se negaba a hablarnos con un lenguaje simplificado, por nuestro bien. ¿Qué hacía? Pues usar expresiones del Quijote para darle riqueza de vocabulario a una banda de bestias sin oficio ni beneficio. Pero ni la inteligencia ni su lenguaje nos hacía respetar al Homer. No. Al Homer se le respetaba porque sentías que a él no le iban las tonterías. Luego, con el tiempo, aprendimos a respetarlo porque el tipo era una eminencia. Con el tiempo. Antes no. La “Furby”, por su lado, era la profesora de música. (Creo que se llamaba Mª Salud) Música era esa asignatura que junto con plástica, religión y gimnasia te servía para descansar de las que tus padres se tomaban en serio. ¿La Furby era una mujer genio o carne de cuarto milenio? Nadie lo supo. A nadie le interesaba. Un día se pidió la baja por depresión y nunca la volvimos a ver. Es duro, pero es que fue así. Los defectos, la “vulnerabilidad”, las imperfecciones… tienen buena prensa. Pero lo cierto es que sólo se valoran si se apoyan sobre una base sólida. La vulnerabilidad de alguien que no demuestra poder sólo provoca lástima. También es duro, pero también es así. Y quien piense que todo esto se quedó en el colegio… igual debería volver al colegio. La “vulnerabilidad” del Homer se hubiera apreciado. La de la Furby, no. ¿Somos una raza fallida? Que conteste el profesor de ética. Para que a uno le valoren las grietas debe de tener claro que son bellas cuando hay algo resistente detrás. Algo que no tiembla. Para que eso se sienta cuando te leen: Hay algo más aquí. |
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