Cuando escribes para vender necesitas dos cosas:
1. Silencio sepulcral.
2. Una silla donde las vértebras se te vayan de fiesta lo menos posible.
Entonces hace poco, cuando estuve en Villajoyosa, no tenía ni una cosa ni la otra y decidí irme a trabajar todos los días a la biblioteca del pueblo.
Ahí la ví.
En la biblioteca hay silencio para los oídos pero no para los ojos.
Hay muchos estímulos.
Algunos de estos estímulos tienen nombre y apellidos y están opositando (o estudiando para el MIR) delante de ti.
Entonces claro:
Como soy humano, cuando veo algo que me llama mucho la atención le pongo todo mi interés.
La vi delante mío:
Pelo largo, ropa casual, reloj Casio platita, nada producida…
Mi cliente.
La biblioteca estaba a reventar de gente.
¿Qué tengo?–me dije.
Y tenía un folio a medio usar y un boli verde.
Arranqué la parte blanca que quedaba libre del folio y escribí una nota:
“Sé que escribir con boli verde es de ser “rarito”, pero más rarito es ir a presentarme con la biblioteca llena.
Soy el chico de detrás, el de los cascos negros.
Te he visto y me ha gustado tu rollo.
Me llamo Pablo, ¿y tú?”
Justo cuando acababa de escribir la nota, ella salió al aseo y dije:
“Mmm… ¿qué hago?”
La respuesta es la de siempre:
Decir la verdad y ser específico.
Añadí:
“PD: Vale, te iba a pasar la nota pero te has ido al aseo, te la dejo en la mesa. El de al lado va a flipar.”
La ví volver del aseo.
La ví mirar a la mesa y casi la escuché pensando:
“¿Ese papel es mío?”
La vi abrirlo.
La vi dudar.
La vi entender.
La vi llevarse las manos a la boca.
La vi sonreír.
Y si te soy sincero, podría no haber contestado “Bea 🙂” y me habría dado igual.
Lo hice por mí.
Lo más importante no era ella.
Lo más importante era saber que uno anda por el mundo usando todas las armas que tiene y no se deja ninguna para ponerse excusas low-cost más tarde.
Pero no me lío que no soy coach.