La campaña de acoso directo más bonita que nunca vi.


Ayer salí a correr a 1,5 metros de un amigo.

La calle olía bien.

Cuando pasabas cerca de plantas olía a plantas.

Y cuando pasabas cerca de charcos olía a charcos.



Estaba emocionado.


Me imaginaba que habíamos atravesado un portal, y estábamos en los 60 o así. La gente paseaba y no había casi coches.

(No puedo saber cómo eran los 60, claro, pero déjame imaginar.)

Sólo se oían los ruidos interesantes: gente y pájaros.

Y los no interesantes no se oían: coches y tubos de escape de macarras en plena ebullición hormonal.


Voy a empezar una plataforma para que tengamos ruido de calidad, así que si veis en la tele a un pelirrojo semidesnudo encadenado a algo que haga ruido con una pancarta que diga…


Quiero el tipo de ruido que me merezco.”



… pues ya sabéis quién es.


Y si me hacen caso, el 90% de campañas online cierran.

Las plantas olerán a plantas y los charcos a charcos.


En fin, a la vejez viruelas revolucionarias.








Corriendo con este amigo, comentamos cosas que no queda bien escribir en un mail, como:


– Que las mascarillas según se miren, son bastante sexys porque alimentan la imaginación: ¿será guapa?

– De 0 a 10, ¿cuánto se liaría si empezáramos a correr detrás de gente para darles abrazos?¿Seríamos terroristas afectivos?

– Censurada, censurada…


Y me acordé de una de las mejores campañas de concienciación que había visto en mi vida (y que me marcó).

Y te la cuento (de memoria) aquí:






Recuerdo que en medio de una calle llena, una mujer se giraba y veía a un hombre (o viceversa) y le decía:


¡¡Anda!! ¿Qué tal? ¿Pero tú qué haces por aquí? Me alegro mucho de verte.–comentaba la chica, visiblemente emocionada y sonriente.

– Hola.. Perdona, ¿nos conocemos? No me acuerdo de ti, lo siento– comentaba el hombre, visiblemente incómodo.

Jajaja ¿De verdad no te acuerdas? ¡Que no he cambiado tanto, hombre!.–continuaba ella visiblemente divertida.

Disculpa de verdad, pero…–le contestó el hombre, visiblemente más incómodo todavía e invisiblemente sudando frío.

Bueno pues nada, me voy.– le  dijo la chica, dándole una tarjeta de visita.


El hombre, confundido, leyó la tarjeta:



Eso que has sentido, es el Alzheimer.



(Fundación blablablá)












Yo no estaba ahí, y estaba impactado.

Me imagino cómo estarían ellos.




Quien diseñó esta campaña, entendía algo muy bien:


Que si algo no te hace sentir nada y no empatizas por desconocimiento, no sacas la cartera.

Que si una persona no tenía contacto con la realidad de esa enfermedad, entonces habría que dibujársela, o no iba a tomarles en serio.

Que si no, no había campaña.


¿Le hablaron de los datos del Alzheimer?

¿Les hicieron sentir culpables?

¿Les dijeron que el niño Jesús llora si ellos no donan?


No. No. No. Porque saben que eso es de pardillos y no funciona.


Los metieron directamente en una vida que no era la suya, pero que era la de aquellos a los que había que ayudar.





¿Cómo van tus representaciones?

Por si acaso no son lo que esperas, tengo un servicio.

No damos tarjetas por la calle, pero cuando vienen intentamos que no se vayan sin nada.

Suscripción

Pablo.

PD: Arriba en el link.