Gustave Flaubert y cómo evitarte un ridículo poderoso.





Cuando trabaja de arquitecto en Suiza, mi jefe de departamento era una auténtica bestia en la obra.

Una máquina de detectar problemas.

A mí, me hacía falta un bastón, un perro y los cupones.

Pero él… la madre que lo parió. 

Eso sí era visión y no la de las start-ups que uno se inventa borracho.





En la obra la gente lo respetaba: era un tío justo.

Cuando las cosas estaban bien, todo el mundo lo sabía y era reconocido.

Pero un día se torció la cosa y alguien la cagó, y cuando lo vi hablando el que casi literalmente se cagó fui yo.

(Y eso que las cosas en francés suenan flojitas y yo no había hecho nada mal)

Eso sí eran palabras poderosas… y no las de los artículos gratuitos de mucho valor que aumentan tus ventas y te mandan a a vivir a Chiang Mai.





“Palabras poderosas…”– pensaba yo el otro día.

“… que envuelven afectos medianos.” –me devolvió mi cerebro, que sólo se acuerda de caras y de fragmentos de libros.

“¿Monsieur Flaubert, eres tú?”–me dije.

Era él, con la escopeta cargada:


Tantas veces había oído decir estas cosas, que ya no tenían para él nada de original. Emma era como todas las amantes, y, al caer como un vestido el encanto de la novedad dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión, que siempre tiene las mismas formas y el mismo lenguaje. Aquel hombre con tanta práctica no distinguía la diferencia de los sentimientos bajo la paridad de las expresiones. Como labios libertinos o venales le habían murmurado frases parecidas, no creía sino débilmente en el candor de éstas; había que rebajar, pensaba, los discursos exagerados que envolvían afectos medianos; como si la plenitud del alma no rebasara a veces las metáforas más vacías, puesto que nadie puede jamás dar la exacta medida de sus necesidades, ni de sus conceptos, ni de sus dolores, y la palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover las estrellas.”

–Madame Bovary.










Que las palabras tienen poder lo sabemos todos.

De hecho en ventas, son las que más.

Cuando Pedro decía “oye, que viene el lobo” pues la expresión era poderosa.

Pero lo poderoso siempre acaba siendo poderoso nunca.

Una corbata en una reunión es poderosa, pero ¿lo es en una playa?

Lo poderoso en un sitio, es ridículo en otro.

Igual te interesa saber dónde ser poderoso, y dónde mejor no serlo.

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Pablo.