El trabajo de verano más arriesgado que he visto.



Hay tres cosas que pueden sorprenderte si pasas por la Sierra de Cazorla:

– La poca elasticidad de los jabalís.
– Los campos de Hernán Perea.
– Un tío vendiendo cupones del sorteo de Navidad en un camping en agosto.

Vamos a quedarnos con lo último.

Lo primero es gracioso y lo segundo espectacular, 

pero ahora lo último.





Vale.

Cuando entré a un supermercado, un hombre trató de vendernos cupones.

Cuando estaba sentado en la silla plegable en mi parcela, otro hombre se paseaba vendiendo los mismos cupones.

Vendiendo milagros.

Es agosto, estamos en bañador.

El cupón es para Navidad: hace frío y está lejos.

Calor y frío.

Y distancia.






¿Se puede vender un papel que es un acto de fe en una fecha en la que no nos recuerdan todo lo que nos queremos y que la esperanza es lo último que se pierde?

Por lo visto, sí.

¿Mucho?

Por lo visto, no lo sé.

Cuando pensé en preguntarle ya se había ido.

Yo me sorprendí.

Me parecía que había demasiada distancia entre la compra y el beneficio.

Es una apuesta para dentro de 4 meses, y algo cara.

Hace sol y te bañas, 

es raro.





Quizá lo bizarro supere a la distancia, y venda.

Quizá a gente que se está bebiendo 4 cervezas en unas vacaciones que en mayo no sabía si iba a tener, se lo vendes todo.

o quizá la distancia es tan grande que es ridícula, y no se puede salvar.





No sé si has probado a venderle milagros a tu cliente en escenarios que no tienen nada que ver con el que vive,

creo que quienes lo han probado, no están en el mercado.

Creo.

Distancia sólo, vale.

Milagro sólo, vale.

Pero ¿milagro y distancia?

Mmm…

Aquí abajo no hacemos eso.

Mucho más, aquí.

Pablo.

PD: Luego me dijo un amigo que creía que las de la tienda de al lado le habían comprado, pero yo vi alguna litrona vacía…