El lunes en el avión me puse un podcast que me recomendó un amigo.
Hablaban dos chicos.
El dueño del podcast y su invitado: un monje zen.
Te cuento una contradicción graciosa.
Claro, cuando traes a un monje zen ya sabes más o menos por dónde va a ir la conversación.
Meditación… inconsciencia… lo que le estamos haciendo al mundo…
Y demás cosas que son así.
Al monje zen la verdad es que se le veía un tipo muy leído, muy informado y por supuesto con mucho trabajo personal detrás.
Daba gusto escucharle.
Por eso me sorprendió lo de después.
En un momento el otro chico le preguntó:
¿Cuál es nuestro mayor problema?
Y te hablo de memoria, pero dijo algo así como que la publicidad es el cáncer de nuestra época.
(Yo estoy totalmente de acuerdo con un matiz: la “mala” publicidad)
El caso es que el monje zen contaba que la publicidad se aprovechaba de nuestras debilidades como humanos, luego nos excitaba, y nos hacía desear cosas que no queríamos.
Nos manipulaba con miedo.
Nos ofrecía el “deseo” malo.
(El deseo malo, según contaba, era el deseo que no se hacía realidad tras la compra o duraba poco. El deseo bueno era el que te mueve a la famosa “mejor versión”)
Y cuando me partí de risa fue cuando el entrevistador le dijo:
“¿Cómo podemos hacer más consciente a la gente de que nos estamos cargando el planeta?”
Y el monje zen dijo algo así:
Atención:
“Yo creo que deberíamos meterles algo de miedo, darles algún susto, o no van a reaccionar”
Jajajajajajajaja
O sea, que la solución es venderlo y además de forma agresiva.
No sé, me hizo gracia.
Veamos.
Condenar la venta es condenar la transmisión de valor.
Es decir: pedir un infierno en la tierra.
Ahora, unos estarán de acuerdo y otros no.
Yo digo que he visto a tanta gente comprando tan agradecida… que estaban emocionados por haber descubierto ese negocio.
Claro, eso la mala publicidad lo consigue menos.
Y a veces un esfuerzo lo consigue más.
…y hay algo más aquí.