El día que no puedas comprar más.



Es curioso cómo la idea de no poder comprar nos acojona.

Nos encanta comprar.

Podemos hacerlo más o menos,

también más responsablemente o menos,

pero gustar, nos gusta.

También es curioso que disfrutemos comprando pero odiemos a quién disfruta vendiendo, como diría Santiago Rodríguez.




En casa de la abuela siempre hay más.

De lo que te guste, más.

¿Te gusta el queso ese? Hay más en la nevera.

¿Te gustan esas palmeritas? Hay más.


¿Que te gusta algo y no hay más? Cortocircuito.

Mañana tienes hasta que te salga por los ojos.


“Qué buenos los higos, abuela”

al día siguiente 1 kilo,

y en dos semanas odias los higos.


“¿Te gustan los danones de fresa?”

No respondo.

Porque si digo sí, los aborrezco.


Porque siempre hay más.

Siempre hay.

Siempre.


No existe la noción de “me gusta sólo porque lo como poco” o “me gusta porque hay variedad”

ese concepto (asociado a la comida) en la posguerra eran los padres.


Aquí tiene que haber más, y punto.





Este dilema es tan pequeño como lo que dura la temporada de los higos, y tan grande como uno preguntándose si en realidad disfrutaríamos de esta vida si durase para siempre, 

si siempre hubiera otro año más.

Otro más.





Como echo de menos que a veces no haya.

¿Porque soy poeta? ¿Porque soy asceta? ¿Porque soy probeta?

No.

Porque soy humano, y quiero disfrutarlo. Quiero disfrutarlo más.

Tu cliente también.

y también quiere disfrutarlo más.

¿Cómo jugarás con menos, para que disfrutéis más?

Mucho más, aquí.







PD: ¿La única excepción de abundancia a la que no me opongo en casa de mi abuela? Probablemente el amor en general y los abrazos en particular. De esos casi siempre quieres más, o quieres que haya cuando los necesitas.

PD2: Ella es la única que tiene el monopolio de ese tipo de amor, y sin ella desgraciadamente nunca habrá más. No de ese tipo. Eso sí huele mucho a putada.