Un amigo acaba de empezar en una empresa.
Venden neveras portátiles.
Él está en ventas.
A ver, por supuesto que su puesto tiene un nombre en inglés, es “manager” de algo.
Pero no me acuerdo de qué.
El caso es que está en ventas.
Y en ventas me ha contado cosas que… bueno, yo no digo nada.
Juzga tú.
Un día se trajo un catálogo.
Lo vi, y había muchas fotos de neveras, claro.
No van a ser de secadores.
Pero no entendí nada, todo números de referencias y eso.
Como mi amigo me vio la cara, no tuve que pedirle que me lo explicara:
– Mira tío, es mucha tela esta puta empresa, o sea la descripción de la nevera de 40€ es la misma que la de 400€ y nadie lo ve raro, ¿cómo te explicas eso?
– Pero ¿dónde está el precio?
– No, ahí no está, eso es el catálogo B2B.
– Ah.
Explícame esto:
Mi amigo se dedica a poner estos productos en los “mercados”, porque su jefe algo ha escuchado de que para quitar intermediarios y grandes acuerdos donde te tienes que apretar el cinturón… mejor vender al consumidor final.
O sea, si le vendes las neveras a Carrefour, vendes muchas, sí.
Pero sacas poco margen y eres la mujer pública de Carrefour.
Y si Carrefour un día te dice que bailes para ellos…
Pues tú bailas.
Bailas porque si no bailas tienes que tirar al 20% de la empresa.
Oh, qué sensación de libertad.
Dame una pastilla, que me tiembla el párpado.
Vale.
Su jefe quería “ampliar fronteras” para que esto no pasara.
Y fíjate qué tontería más grande:
Mi amigo va a poner la nevera en un sitio con muchas neveras al lado para que mucha más gente las vea.
¿Importante?
Mucho.
Pero ya que pagas por un par de ojos, al menos asegúrate de que se quedan clavados en tu nevera y no en la de al lado.
Hacer otra cosa no es vender.
Es tirar una moneda al aire.