Cómo conseguir feedback muy doloroso de tu cliente



…y no perder más tiempo en el entretenidísimo

¿Qué tal?

– Bien, ¿y tú?

– También.

– Qué bien, los dos bien.

– Sí.





Hace un par de sábados salí a comer con una amiga.

Como ya había cubierto mi cupo de queso frito y calamares, le propuse ir a algún sitio con una propuesta un poco más allá.

En un pueblo esto es un poco complicado,

pero hay un lugar donde la dueña se ha pasado años viajando y probando recetas en Asia, Latinoamérica, etc …y ahora juega con ellas.

Cada semana una carta.

Hace lo que le da la gana.

Esto, si no te gusta lo que haces es un problema con tu cliente, pero si sí te gusta eres una joya.





Pedimos sólo dos platos, y (como hacen muchos y deberían hacer todos) ella nos preguntó si nos gustaron,


“Sí, nos han encantado”–le contesté.


Mientras le decía eso, notaba cómo me miraba fijamente y me aplicaba el polígrafo visual.

“¿Es esto un qué-tal-yo-bien-y-tú?”–se preguntaría.

y como le interesaba más el feedback que sus sentimientos, siguió:


“Sí, vale, ¿pero cuál os ha “encantado” más?”

-“El primero. Tenía mucho más sabor”
–casi dijimos al mismo tiempo.


Hackeó nuestra educación, 

desenterró nuestra verdad.

El primero estaba bueno, y el segundo estaba “bueno”.





El genio checo de seres humanos, Milan Kundera, habla de la esencia de este tipo de comparaciones.

Puedes saltarte este párrafo.

Yo no lo haría, pero yo no soy tú:


“En el preciso momento en que el profesor Avenarius se ponía un calcetín, Agnes se acordó de esta frase: «Una mujer prefiere siempre a su hijo antes que a su marido». Se la había dicho en tono íntimo (en circunstancias de las que ya se había olvidado) su madre a Agnes, quien por entonces debía de tener doce o trece años. El sentido de la frase sólo se aclara cuando reflexionamos un rato sobre ella: decir que queremos a A más que a B no es una comparación entre dos grados de amor, sino que significa que B no es amado. Porque cuando amamos a alguien no lo podemos comparar. La persona amada no es comparable. Aunque amemos a A y a B, no podemos compararlos, porque al compararlos ya dejamos de amar a uno de ellos. Y si decimos en público que preferimos a uno de ellos y no al otro, nunca se trata de declarar ante los demás nuestro amor por A (porque en tal caso bastaría con decir simplemente «¡Amo a A!»), sino de poner con discreción pero con claridad en evidencia que B nos es por completo indiferente.”





Este consejo está muy bien cuando puedes dirigirte a tu cliente.

Pero desgraciadamente ni lo hace mejor cliente,

ni hace que se multiplique.

Para eso tengo un servicio.

Es bastante interesante por una cosa en particular:

es como un comercial silencioso que habla con tus clientes y no le hacen falta turnos.

Está ahí siempre.

Cerrando tratos hoy y mañana y pasado.

Tú sólo tienes que lanzarle clientes potenciales.

Y dejarle trabajar

porque trabaja bien.

Mucho más, aquí.