No sé si hay literatura al respecto de lo que voy a contarte sobre lo que yo llamo la maldición de la cadena de clientes. Casi seguro que sí. Casi seguro que hay un término en inglés, pero lo que sí es seguro es que yo no lo conozco, así que espero que te sirva la historieta de bar de pueblo. Hace un par de meses estaba hablando con la dueña de una cafetería que estaba creciendo bastante hasta que alguien decidió por tercera o cuarta vez en un año que en casa encerrados todos juntos no nos contagiamos pero que en las terrazas sí, y le cerraron. Estábamos viendo si podíamos hacer algo juntos. (Algo profesional) Un camarero que estaba en ese turno, nos trajo algo de beber a la mesa. Era un tipo encantador, de esas presencias que están delante y te relajan. Gente que anula la tensión en el ambiente. Gente que te hace sentir acogido. Gente que quieres cerca. Yo estaba encantado, y le comenté a su jefa: – Estás super contenta con él, ¿no? – ¡¡Tan super contenta estoy que le he dicho que la semana que viene no vuelva!! Jajajajajajaja… ¡Zas! En toda la boca. –¿¿¿Qué??? – Tío Pablo, es que es muy buen tío, de verdad, pero es que siempre viene fumado a trabajar. Mira que se lo digo mil veces, “David, ¿vienes fumado?” y me promete que nunca más. Y es que se le olvida todo, hay mesas que no atiende, platos que no saca, cosas que no se acuerda dónde pone… – Entiendo. – Con el militar sí que estoy contenta. Super puntual, no se le olvida nada, me encuentro la cocina mejor de lo que la dejo… (El militar es otro camarero que te mira tan atento cuando te atiende que te estresa y era el que menos me gustaba de todos.) … Ojalá pudiera hacer ¡Plaf! y fusionarlos, sería la tía más feliz del mundo. Tener a alguien relajado y con ese don de gentes, pero que no me la liara tanto. ¿Qué hago, Pablo? (Quizá lo que le sentía su jefa te recuerde a otros clásicos como “quiero vivir en España con sueldo noruego”, “que sea guapa pero que solo la mire yo” o la versión del otro barrio “que sea masculino pero que no se junte tanto con sus amigos”) Pero volvamos a la maldición de la cadena de clientes: El problema es que sus camareros tienen dos clientes diferentes. Uno no. Dos. Y cada uno sirve a uno diferente. El militar sirve a su jefa, que es la que le paga. Y David sirve a los clientes de su jefa, que pagan a su jefa. Dos clientes. La jefa, como clienta, está contenta con uno y con el otro no. Y los clientes lo mismo pero al revés. El lío montado. Yo no tengo ni idea de qué hacer porque no tengo una cafetería. Pero sí tengo una cadena de clientes. El que me paga a mí, y los que le pagan a él. Cuando escribimos para vender, los textos no tienen por qué gustarnos. Pero ni a mi cliente, ni a sus clientes, y por supuesto tampoco a mí. No es su función. No es su guerra. No son poemas. Si esos textos consiguen dos cosas, solo dos, nos podemos dar por satisfechos: 1. Que hagan a mi cliente sentirse cómodo. 2. Que hagan a sus clientes sentirse incómodos. Si no, no van a llevarse la mano al bolsillo para darle algo que les cuesta mucho ganar. Y así no hay negocio. Mucho más, aquí PD: por si te has preocupado, David aún sigue trabajando en la cafetería y espero que por mucho tiempo más. También espero que abran pronto. |
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